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Fukushima: heridas abiertas

  • Guillermo Gomez Aragón. Comisario de Mizuagua
  • 14 mar 2017
  • 1 Min. de lectura

El 11 de marzo de 2011 es cuando el terremoto de magnitud 9 (el más fuerte que ha habido desde que hay registros) movió tierra y mar, haciendo que olas de hasta 15 metros atacaran la costa de Fukushima: 19.000 personas perdieron la vida. Pero además, la central nuclear anegó sus sistemas eléctricos y sucedió lo que todos temían, tres de sus núcleos hicieran fusión.

De los 160.000 evacuados de la zona, cerca de 70.000 no han podido regresar, el riego de radiación y cáncer es muy alto. Tepco, la propietaria de la central, tenía previsto desmantelar la planta para el año 2030, aunque las labores de limpieza siguen avanzando muy lentamente ya que no se tiene un destino para la tierra contaminada.

Fukushima ha supuesto un hito en la historia, siendo uno de las peores catástrofes nucleares después de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y el accidente de Chernóbil que recuerda directamente a Fukushima.

¿Pero qué supuso este desastre? La central producía el 30% de energía que se consume en Japón y este problema no podía dejarse así. La gente se echó a las calles para manifestarse en contra de la energía nuclear, de hecho dos tercios de la población estaba en contra. Sin embargo, el primer ministro japonés ha permitido desde el año pasado que la planta de Sendái vuelva a funcionar. Es más, Tokio quiere que para el año 2030 la energía nuclear sea un motor fundamental y cubra la cuarta parte de las necesidades del país. De esta manera seguiremos comiendo atún con doce ojos y Godzilla destruirá New York.


 
 
 

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